Este viaje por Brasil que comenzó sin muchos planes ni rutas, sin lugares fijos a conocer, que era resultado de la necesidad de seguir viajando por América del Sur, de seguir en el camino para seguir aprendiendo y conociendo(me), de viajar en pareja con mi compañero, de ser una pero en compañía, llega a su fin. No vuelvo a casa todavía pero mis caminos son otros más allá de la frontera.
¿Cómo despedirme de un país que me albergó un año y medio? Sí, 546 días viajando por estas tierras, por 18 estados de 27, recorriendo sus costas de sur a norte a dedo, subiendo a autos y camiones de todo tipo, con más historias para contar de las que puedo recordar. Viajé en más de 100 autos, camiones, cuatri, tren, barcos y canoas.
Aprendí un nuevo idioma, y si bien no lo hablo a la perfección ya que nunca voy a poder adquirir ese acento tan único del portugués, donde las palabras son tan nasal y de garganta que se me hace imposible sonar como nativa, puedo decir que soy trilingue y que tengo una herramienta más para viajar por el mundo y poder comunicarme con la gente.
Un año y medio atrás parecía tan difícil lograr aprenderlo, esos días en Florianópolis o Curitiba que me costaba un mundo comunicarme con la gente porque no me entendían ni yo les entendía a ellos. Quien iba a decir que me llevó 3 meses poder soltarme y hablar, como salga, como venga, con más errores que aciertos pero animarme a hablar el portuñol que había aprendido. Después de los primeros 3 meses fue un trabajo constante de ir sumando palabras y expresiones, hasta pronunciar un portugués bastante fluido con el que conseguiría hablar con cualquier persona sin dificultades.
Y, un año y medio después, quien diría que lo tengo tan aprehendido al idioma que mezclo constantemente palabras en portugués mientras hablo en español, las cataratas son cachoeiras y el cuchillo es faca, no importa con quien este hablando ya me acostumbré a decirles así. Incluso, puede sonar exagerado, pero hay palabras propias de mi país que de no usarlas hasta se me olvidaron y me sorprendo cuando las vuelvo a escuchar.
Aprendí a vivir día a día con los ingresos que voy generando. Cuando los ahorros se terminaron y decidí dejar lo que quedaba para emergencias o situaciones que realmente precisaban del dinero, aprendí a vivir con lo justo y necesario, y que no se necesita más que cada final del día tener dónde dormir, qué comer y un baño. Aprendí entonces, a hacer y vivir del macramé, de mis pulseras y collares, de contar mi viaje y experiencias viajando a dedo por Sudamérica. Aprendí, después, un poco de malabares, de esconder mi vergüenza y con toda la seguridad del mundo salir al semáforo a demostrar lo que sabía hacer.
Aprendí que el calendario no importa cuando uno es feliz. Que lunes, sábado o domingo da igual, que son el mismo día sólo con distinto nombre. Que no tengo que esperar expectante al fin de semana porque cualquier día en mi vida es fin de semana porque puedo hacer lo que quiero, lo que elegí.
Aprendí de costumbres, sociedades y políticas. Cada estado de Brasil es muy diferente entre si, con sus modismos, sus costumbres, sus comidas y músicas típicas. Llegar a un nuevo estado significaba aprenderse nuevas palabras y jergas usadas sólo en esa región. Era elaborar de nuevo un diccionario mental porque llegaba el punto que no podías referirte con otra palabra de otro estado porque no te entendían. Cómo voy a llamarla de aipim si acá se le dice macaxeira a la yuca.
En Salavador de Bahía bailé al ritmo de forro, y en Olinda aprendí sobre Coco y Maracatú. En Sao Luis de Maranhao escuché de tambor de crioula y en Río de Janeiro me deleité con la samba. En el Sur comí sacolé, en Recife dindin y cremosinho, en São Luis sucõn y Alter do Chão chupão, todas diferentes formas para nombrar a un juguito congelado en bolsa.
Me cansé, a la vez que amé, comer todos los días feijão, con arroz, fideos, ensalada y una porción de carne. Ya tengo saudade de la tapioca, de las coxinhas y del guaraná do amazonas. En las costas brasileras comí pescado como nunca antes en mi vida, nunca fui muy fan. Pero es que aprendí que a un plato de comida regalado nunca se le dice que no (a menos que sea mondongo).
Del extenso catalogo de frutas brasileras el abacaxi es mi preferida, siempre tan dulce y jugosa. Las hay extravagantes como la yaca y dulces y cremosas como la pinha. Probé por primera vez la fruta del cacao, donde luego se extraen las semillas para secar y hacer chocolate. Los jugos y helados de caju, caja, tamarindo, pitinga, acerola y el amazónico açai siempre se encontraban en todos lados.
En el sur del país sentí mucho frío, algo que no me esperaba de Brasil, hasta llegar a las costas nordestinas donde conocí algunas de las playas más lindas que vi en mi vida. Viví dos meses en carpa en una de esas playas maravillosas que quedaron marcadas a fuego en los recuerdos del corazón: Arrail d´ Ajuda me diste una vida tan simple y con tanto amor que daba pena irse.
Fui feliz viviendo al ritmo lento de la naturaleza en la Chapada Diamantina, comiendo mango de los árboles y bañandome en el río cada atardecer, y quedé maravillada con los oasis naturales y dunas de los Lençois Maranhenses. En Alter do Chão observe la selva en toda su inmensidad y viajando en barco por el río Amazonas me vi ínfima, efímera.
Conocí de la hospitalidad espontanea, esa que no conoce de prejuicios y miedos. De esa gente linda que sin conocernos nos invitó a pasar a su casa, a un plato de comida, a dormir a su casa.
También me llené de bronca con el machismo de su gente, de su terrible fanatismo religioso, de que increíblemente haya iglesias evangélicas hasta en las comunidades perdidas en el medio del Amazonas. Escuché sermones religiosos por horas, debatí e intenté comprender y que me entendieran a mi en mi postura de no creyente. Que somos todos distintos, cada uno con sus creencias, pero no por ellos algunos somos mejores que otros.
Brasil es un país tan grande como un continente. Si en un año y medio me voy llena de aprendizajes, recuerdos y anécdotas, con todo lo que no conocí podría estar otro año entero para recorrerlo todo todito. Pero con la enorme multa de 800 reales que cargo en mis espaldas por excederme del tiempo debido como turista, creo que no va a ver Brasil por un rato.
Me despido por un tiempo, pero sabiendo que habrá otra próxima vez para reencontrarnos. Nunca pensé que me quedaría tanto tiempo, que me atraparía tanto, que me deje de importar el próximo destino solo para aprender a disfrutar el presente. Que si bien a veces puteé y odié a todos y quise salir corriendo, a casa, a otro país o a donde fuera lejos de Brasil siempre me termine quedando. Que nunca viví tanto tiempo en otro país que no fuera Argentina, tan lejos de todo y todos, con otra gente, con otros paisajes, otras costumbres, pero siempre con el apoyo fundamental de mi compañero de viaje, de historias, de vida.
Gratidão Brasil, nos volveremos a ver.
Gracias a ti linda, Un gran abrazo virtual. Y seguimos intercambiando mundos!!!
Feliz fin de semana!!!
Yann
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Cómo siempre disfruto mucho leyendo tus viajes, yo como tú amo viajar. Es una de mis pasiones, aunque a veces no se puede todo el rato, intento, salir de la ciudad al menos cada fin de semana de excursión. Todo me inspira y llena la cabeza de ideas. Viajar es lo mejor que podemos hacer para curarnos a nosotros mismo de cualquier cosa.
Un gran abrazo viajero!!!
Yann
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Si bien no siempre se puede estar en movimiento y viajando, si estar en contacto con cosas y pensamientos que nos hagan replantearnos a nosotros mismos. Como decis, inspirarnos, abrirnos la cabeza.
Gracias por leer Yan, siempre te leo desde estos lados tmb! Abrazo!
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